A veces quisiera detener un poco el ritmo de la vida. Olvidarme que soy una pieza más de este rompecabezas infinito que se arma y desarma constantemente en este planeta de seres olvidados. Quisiera sentarme a la orilla de un camino solitario, o sobre los granos de arena de una playa olvidada o entre los árboles verdes y vivos de algún bosque escondido entre caudalosas aguas y rápidos trepidantes y dejar pasar el tiempo, soñando simplemente con ser un ente diluido en medio de un tiempo infinito.
A veces me fatigo de ser humano, de correr desbocado en busca de objetos que llenen mi vida de satisfacciones absurdas, en busca de voces y de risas que me digan al oído que no puedo estar solo, que debo compartir la vida a pesar de ser amante silencioso de las sombras y los ecos; a veces me canso de transitar, codo a codo, con miles de seres humanos que como yo se encuentran perdidos en un espacio cósmico al cual vinimos sin comprender siquiera a dónde íbamos.
A veces me parece inútil habitar estos caminos terrestres, caminar alucinado en busca de no sé que asuntos de dioses, de no sé que deseos demenciales. A veces quisiera poder volar libremente, retornar a casa, dejar que la tierra y su existencia humana sea tan solo el vago recuerdo de unas vacaciones a las cuales fui invitado de sorpresa. Me trajeron a este mundo sin avisarme, sin dejarme preparar el equipaje, sin estudiar un poco la historia y la cultura humana y me arrojaron y me dejaron solo para que aprendiera cómo viven otros pueblos que habitan igualmente el universo de la materia.
A veces, solo a veces, no quisiera ya ser humano, a pesar que he cantado, he reído, he amado, he llorado y he besado con las ansias que me permite esta naturaleza de la cual estoy disfrazado. A veces, solo a veces, no quisiera ya ser humano aunque sé que con los años, en otros universos, bajo otras formas de materia, absorbido por otros elementos de la vida habré de extrañar algunas tardes de primavera.
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