lunes, 28 de noviembre de 2016

TARDEANDO CUENTOS 2

El viejo me entregó una pequeña cajita y se alejó para siempre. Lo había conocido la misma noche en que nació. Aquello no lo recordaba pero mi madre me contó cómo el viejo había atendido el parto y cómo, poniéndole una mano en la frente, había evitado que sintiera dolor alguno.

Después del nacimiento el viejo se quedó viviendo en casa, los animales y los objetos parecían obedecerle, cambiaba de lugar las sillas con solo mirarlas y hacía que una gallina pusiese catorce o quince huevos en tres o cuatro minutos o alejaba la lluvia con solo  decirle a las gotas tres o cuatro frases inteligibles.

Mi madre murió el día de ayer, a pesar de los conjuros y extrañas ceremonias que el viejo realizó. En la mañana la dejamos en el cementerio y el viejo, rompiendo el silencio en el cual se había encerrado desde el deceso, me dijo:


-La gente no muere, dejan el cuerpo y se vuelven pequeños, tan pequeños que no los vemos y se van por los días corriendo alegres tras los segundos y los sucesos, pero yo he logrado encontrar a tu madre y la he metido en esta pequeña caja. Llévala contigo y no la abras, no quiero que pueda extraviarse. Cuando al fin abandone mi cuerpo vendré a reunirme con ella y, si tú lo quieres, en tu momento, ven con nosotros y continuaremos siendo tan felices como siempre. - Luego, se alejó en silencio y se perdió en la distancia, entre el espacio y el tiempo.


Y aquí estoy, en la soledad de mi cuarto de siempre, con la sola compañía de mi madre viviendo dentro de la pequeña caja, en el mundo microscópico de todos los muertos.

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