El
hombre de largas bravas verdes emergió del agua, después de cien años de no
visitar la superficie. Nadó trabajosamente entre botellas de vidrio y empaques
plásticos y corchos y maderos viejos y manchas de aceite y mil y mil más
testimonios de la técnica y el progreso.
Caminó
y caminó durante años, sin encontrar señal de vida alguna.
Al
cabo del tiempo llegó nuevamente a la playa en la cual emergiera. Dos lágrimas
enormes fueron a engrosar el océano,
sepulto por la huella de la locura humana.
Se
sentó en silencio a ver morir la tarde y de sus barbas escurría una babaza
extraña, mezcla de dolor y de vergüenza.
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