Nuestras relaciones han sido siempre
equilibradas. He ahí el secreto de haber logrado vivir juntos durante siete
semanas. El primer día, el día en que fui a conocerla personalmente, después de
saber que del otro lado de la contradicción estaba ella; el primer día, decía,
mejor el primer momento, fue el que me indujo a pensar que al fin había
encontrado la mujer perfecta.
Al llegar, ella estaba sentada en el
quicio de la puerta y al verme dijo:
-La tierra aún no ha terminado de dar la
vuelta. ¿Quieres esperar tres minutos y dos segundos?
No dije nada y comencé a comerle las uñas.
Ella tampoco dijo nada durante el tiempo que demoró el planeta en completar su
giro, se limitó a extender la mano para que yo pudiera llevar a cabo,
cómodamente, mi propósito de comerle las uñas tres minutos y dos segundos. Era
el acople. La confirmación del equilibrio entre su vida y la mía, ahora y
siempre polos de una contradicción sin contradicciones. Sí. Definitivo: El equilibrio.
Al fin se detuvo el planeta y pude
contemplarla ajena al movimiento de todas las cosas que se movían
endemoniadamente al compás de un nuevo giro de la tierra. No era hermosa pero
esto también formaba parte del equilibrio. Una mujer hermosa no es digna de
darme su mano para que le coma las uñas. Su hermosura haría que le comiese los
dedos hasta el nacimiento de la palma y nunca me han agradado la sangre y los
nervios de las manos de las mujeres hermosas.
Con los días el equilibrio fue comprobado
de mil maneras. Ella freía insectos en aceite de carro y yo, como es lo
equilibrado y lógico, no consumo nada de esto ya que odio el sabor de la marca
de aceite que ella usa. De repente viene hasta a mí y me introduce en un saco
oscuro pero yo me convierto en luz y nuevamente logramos el equilibrio.
Así, plácidamente, han transcurrido
cuarenta y nueve días dos horas y dieciséis segundos, pero en este momento
empiezo a creer que el equilibrio se rompe. Ella está desnuda dentro del horno que
hice traer hace algunos días y que he utilizado para retorcer el cabello que se
queda enredado en el cepillo. Siempre he sabido que el cabello no ensortijado
en horno para pasteles de manzana en el cual nunca se haya hecho ningún pastel,
da comezón en el cepillo y la picazón pronto contagia todas las cosas y todos
los seres. Por eso ensortijo el cabello
en el horno porque la picazón es una enfermedad diabólica.
Hoy, ella se ha quedado enredada en el
cepillo y luego se ha desnudado y se ha introducido en el horno y, justo ahí,
rompió el equilibrio. En lugar de esperar que yo prendiera el horno lo ha
prendido ella y se ha quedado quieta. A pesar que el tiempo ha pasado no se
ensortija y yo, fuera de mí, he ido hasta el horno y la he sacado y la he
tirado a la calle, tembloroso, con angustia y con miedo.
Ella, ante mi mirada alucinada, no ha
dicho nada. Se ha quedado en la acera, desnuda y quieta. Más que un cabello que
no quiso ensortijarse parece el cadáver sin sentido de una mujer no muy hermosa, nunca me han
gustado los cadáveres de las mujeres hermosas y tampoco me gustan sus ojos que tienen un sabor
vicioso, como ese aceite quemado que ella usa, para freír insectos.
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