miércoles, 29 de marzo de 2017

EL EQUILIBRIO ROTO



Nuestras relaciones han sido siempre equilibradas. He ahí el secreto de haber logrado vivir juntos durante siete semanas. El primer día, el día en que fui a conocerla personalmente, después de saber que del otro lado de la contradicción estaba ella; el primer día, decía, mejor el primer momento, fue el que me indujo a pensar que al fin había encontrado la mujer perfecta.

Al llegar, ella estaba sentada en el quicio de la puerta y al verme dijo:

-La tierra aún no ha terminado de dar la vuelta. ¿Quieres esperar tres minutos y dos segundos?
No dije nada y comencé a comerle las uñas. Ella tampoco dijo nada durante el tiempo que demoró el planeta en completar su giro, se limitó a extender la mano para que yo pudiera llevar a cabo, cómodamente, mi propósito de comerle las uñas tres minutos y dos segundos. Era el acople. La confirmación del equilibrio entre su vida y la mía, ahora y siempre polos de una contradicción sin contradicciones. Sí. Definitivo: El equilibrio.

Al fin se detuvo el planeta y pude contemplarla ajena al movimiento de todas las cosas que se movían endemoniadamente al compás de un nuevo giro de la tierra. No era hermosa pero esto también formaba parte del equilibrio. Una mujer hermosa no es digna de darme su mano para que le coma las uñas. Su hermosura haría que le comiese los dedos hasta el nacimiento de la palma y nunca me han agradado la sangre y los nervios de las manos de las mujeres hermosas.

Con los días el equilibrio fue comprobado de mil maneras. Ella freía insectos en aceite de carro y yo, como es lo equilibrado y lógico, no consumo nada de esto ya que odio el sabor de la marca de aceite que ella usa. De repente viene hasta a mí y me introduce en un saco oscuro pero yo me convierto en luz y nuevamente logramos el equilibrio. Así,  plácidamente, han transcurrido cuarenta y nueve días dos horas y dieciséis segundos, pero en este momento empiezo a creer que el equilibrio se rompe. Ella está desnuda dentro del horno que hice traer hace algunos días y que he utilizado para retorcer el cabello que se queda enredado en el cepillo. Siempre he sabido que el cabello no ensortijado en horno para pasteles de manzana en el cual nunca se haya hecho ningún pastel, da comezón en el cepillo y la picazón pronto contagia todas las cosas y todos los seres. Por  eso ensortijo el cabello en el horno porque la picazón es una enfermedad diabólica.

Hoy, ella se ha quedado enredada en el cepillo y luego se ha desnudado y se ha introducido en el horno y, justo ahí, rompió el equilibrio. En lugar de esperar que yo prendiera el horno lo ha prendido ella y se ha quedado quieta. A pesar que el tiempo ha pasado no se ensortija y yo, fuera de mí, he ido hasta el horno y la he sacado y la he tirado a la calle, tembloroso, con angustia y con miedo.


Ella, ante mi mirada alucinada, no ha dicho nada. Se ha quedado en la acera, desnuda y quieta. Más que un cabello que no quiso ensortijarse parece el cadáver sin sentido  de una mujer no muy hermosa, nunca me han gustado los cadáveres de las mujeres hermosas y tampoco  me gustan sus ojos que tienen un sabor vicioso, como ese aceite quemado que ella usa, para freír insectos.

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