miércoles, 13 de julio de 2016

CARTAS A LA NADA 13

Si tan solo pudiera por un segundo entrar al corazón de aquellos que fabrican las armas les mostraría el rostro sanguinolento de los mejores hombres que ha dado la especie humana, truncados en plena juventud por la ambición de las fieras que pretenden dominar la tierra para sentirse dioses, dueños de la vida y de la muerte, de los destinos de los pueblos y de los caminos que conducen a ninguna parte más allá los reinos de la muerte.

Si tan solo pudiera por un segundo entrar en la casa del que sufre de hambre porque otro destruye el alimento que sobra, porque no se le paga lo que pide para entregar el pan a las bocas infantiles que claman un poco de justicia sobre este planeta olvidado de los dioses, en los oscuros suburbios del universo, tirado a la deriva en medio de estrellas apagadas y agujeros negros.

Si pudiera por un momento iluminar la tristeza de los ríos y los vientos, ser parte por un instante de su muerte lenta y dolorosa en manos de la técnica humana que no conduce a nada, solo a la destrucción de los sueños, en una carrera desaforada de los hombres por inventar cada día el artefacto soñado que  les permita llenarse de gloria y de fama, para ser eternos en la memoria de las generaciones que morirán fruto de su veneno.

Si pudiera por un momento penetrar hasta el alma de aquellos que se dicen profetas y que engañan a la gente con sus historias de dioses asesinos que los esperan en absurdos cielos más allá de la muerte, les diría que despierten a la vida, que retornen de sus sueños, que los dioses no piensan en los hombres, que están ocupados destruyendo su obra en medio de una vergüenza infinita.

Si pudiera por un instante ser yo mismo un dios viviente destruiría la ambición humana, obstaculizaría su carrera hacia la nada, acabaría con los sueños que le habitan y dejaría que sobre la tierra perviviera, tan solo, la inmortalidad de la vida. Hombres que habitan la tierra abandonen la vida. Vale más una simple mariposa, un grano de arena volando en el viento, el sueño de una flor, el rumor de las aguas, la luz que todo lo penetra e ilumina. 

Pobre la especie humana condenada a desaparecer de la faz de la tierra víctima inexorable de sus sueños absurdos, de su ambición secreta por trascender el tiempo y alcanzar la naturaleza divina. El tiempo corroe al hombre y la tierra esperanzada solo sueña que esta plaga que le habita algún día se extinga.

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