jueves, 7 de julio de 2016

CARTAS A LA NADA 11

Salir un día en busca de caminos sobre los cuales dejar marcadas las huellas de miles de silencios que alguna vez nos cubrieron el mundo de los sueños. Caminar lentamente a través de las montañas, descubrir cascadas de agua cristalina, sobre las cuales las gotas diminutas proyectan arcoíris infinitos y mirar los peces tratando inútilmente de remontar las rocas para desovar en el lugar de origen.

Salir un día a perseguir los sueños, esos que se extraviaron con el transcurrir de los años. Volver a ser un niño descubriendo el olor de las cosas y el dulce paisaje de un seno femenino apenas naciendo; caminar sin cuidado, sin temores, sin el conocimiento absurdo de la maldad que nace a la sombra de la locura y la ambición; ser tan solo un pequeño explorador de continentes ignorados a la razón humana.

Salir un día cualquiera con la intención de no volver nunca, de prolongar los pasos infinitamente por mil caminos. Perseguir mariposas, galopar unicornios, flotar entre nubes por caminos aéreos más allá de las fronteras de la materia. Ser tan solo un eco, un fantasma, una sombra, una huella, un pequeño grano de arena en las playas inmensas del mar de los sueños.

Salir un día alucinado y loco en búsqueda de caminos nuevos en los cuales perderse definitivamente, para no aprender nunca que la vida a veces puede ser dura como una roca y oscura como una pesadilla, hiriente como un cuchillo y trepidante como una metralla; salir por los caminos para dejar atrás todo aquello en lo que habremos de convertirnos, en este viaje absurdo por la tierra de los hombres.

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